SALA 06
Bodegón con tazón y fruta; 1950
Óleo sobre tela, 27×35 cm.

Bodegón; 1950
Óleo sobre tela, 45×55 cm.

El universo objetual que Peinado representa se manifiesta bajo un lenguaje de reducción o esencialización. A ello ayuda la nula referencia a detalles anecdóticos. En este bodegón no existe un estudio a los materiales, es decir, tanto la jarra, el frutero, la caja o el molinillo, reciben un tratamiento casi idéntico, sin entrar en particularidades y que nos remite directamente al concepto universal.
Bodegón; 1950
Óleo sobre tela, 46×65 cm.

La crítica ha señalado la influencia de Cezánne en Peinado. La estirpe cezanniana se acentúa en estos años; el poder del dibujo, la reducción de las figuras a cilindros, conos y esferas, así como la facetación y las pinceladas en las piezas de fruta atestiguan esta influencia.
Bodegón; 1950
Óleo sobre tela, 46×55 cm.

Bodegón; 1950
Óleo sobre tela, 46×55 cm.

A partir de 1945 un estilo propio recorrerá su vida. Este bodegón, como el resto a excepción de Bodegón con peras, es prototípico: la importancia del trazo firme y seguro de su dibujo, la pincelada menos cargada, la reducción a volúmenes puros y una gama cromática limitada, así como los objetos representados a una escala tal que ocupe todo el espacio posible del lienzo.
Bodegón; 1951
Óleo sobre lienzo, 54×81 cm.

El proceso hacia la madurez pictórica de Joaquín Peinado está salpicado de transiciones. La primera de ellas, producida entre 1950 y 1952, aflora en lienzos como éste bodegón, donde, tras la recuperación objetual sufrida por su pintura a mediados de los cuarenta, se encamina hacia una singular suerte de síntesis geométrica.
Será un camino largo y lleno de matices donde el trasfondo clásico – en el sentido wölfiniano del término -, que “reencuentra” la forma a través de la corporeidad de los objetos en la estela de los Valori Plastici o el neoclasicismo francés de entreguerras, abre la escena con acabados ejemplos como esta naturaleza muerta. Una obra donde la esencia formal de Cézanne y sus hallazgos plásticos – especialmente visibles en la facetación de la pincelada y el reduccionismo formal aplicado a los objetos – aflora, mixturada con una concepción cubista, en una composición básica, “sin astucias”, tripartita y horizontal, en la que objetos y espacio se configuran a través de un dibujo nítido y poderoso que esquematiza y esencializa las formas.
Naturaleza muerta; 1954
Óleo sobre tela, 45,5×61 cm.

La paleta ha declarado en este bodegón del año 1954, con unos objetos que se distribuyen armónicamente en los diferentes planos, y muestran a un artista interesado por el dibujo, las figuras geométricas y el sistema de facetaciones. Con un arco cromático más amplio y una gama tonal más alta que el grueso de bodegones hasta ahora analizados, esta pieza parece establecer una inicial reconsideración hacia las posibilidades de una obra más luminosa y menos opresiva. Y es que éstos parecen ser algunos de los nuevos estilemas o variaciones que Peinado desea imprimir a su producción desde mediados de los cincuenta. Este bodegón presenta la excepcionalidad de su formato vertical.
Retrato de mi padre; 1954
Óleo sobre tela, 61×50 cm.

Retrato muy especial para Peinado, lo cual adivinamos, no solo por tratarse de su padre, sino además, por la técnica de ejecución que ha utilizado. Aquí las duras líneas negras que marcan otros retratos de esta época, dan paso al color como conformador de espacios, otorgando dulzura gracias a los tonos que utiliza.
Bodegón cubista; 1955
Óleo sobre tela, 50×60 cm.

El reencuentro de Peinado con el objeto a mediados de los cuarenta condujo a su pintura, mediada la década siguiente, a su meta definitiva: una pintura pro-forma cuya percepción del objeto es, gracias a su irrenunciable figuratividad (entendida por el autor como casualidad consustancial de lo pictórico), plástica y puramente objetual al mismo tiempo; física y mental. Pinturas en las que Joaquín Peinado, utilizando una frase de Eugenio Carmona, busca el “parecido a la abstracción”. Como resultado nacen obras como Bodegón cubista; una naturaleza muerta de taller en la que Peinado compone el lienzo atendiendo a una formulación estructural heredada del cubismo para, una vez esquematizados y sometidos a síntesis, dotarlos de una elegante carga lírica y sensual nacida del color. Pintura que habla del placer de pintar; de pintura en sí y el oficio de ser pintor.
Retrato de Inger; 1955
Óleo sobre tela, 92×73 cm.

De los retratos que el pintor realiza de su esposa, éste destaca por las dimensiones. Incluso, se permite la licencia, única en el caso de los retratos, de incorporar un bodegón tras la retratada. En esta ocasión, los gruesos trazos negros que marcaban el rostro de Inger en otros retratos, se han disipado aquí para dar protagonismo al valor configurador del color. Destacamos la manera de iluminar el rostro mediante tres zonas limpias de la oscuridad predominante, donde el óleo se ha descargado de la tonalidad oscura. Lo férreo de los trazos negros se aprecian en el cuerpo y las manos que sostienen el, tantas veces pintado, molinillo de café.
Bodegón; 1958
Óleo sobre lienzo, 38 x 56 cm.

Bodegón; 1958
Óleo sobre tela, 38×46 cm.

Paisaje fabril; 1959
Óleo sobre tela, 73×92 cm.

Gestada en bodegones y naturalezas muertas, la pintura madura de Joaquín Peinado, atravesada la barrera temporal de 1955, se adapta a diversos registros temáticos. A géneros que, como el paisaje, se adaptaba, como pocos, a ese juego permanente entre fría geometría de la forma y sensible sutileza, lírica y expresiva, del color y la pincelada. Una fusión armónica que , en Paisaje Fabril, se establece entre la sólida construcción dibujística de edificios, vías, vagones y chimeneas, y las suaves y transparentes gradaciones de ocre, azul y gris que, acariciando el lienzo, depositan acentos poéticos y expresivos en el paisaje.
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