SALA 04
Retrato de Inger; 1941
Óleo sobre tela, 45,5×38 cm.

Cargado de emotividad y trascendencia, estamos ante una de las pocas obras del pintor rondeño en la que encontramos sólidos trazos biográficos y familiares. Un lienzo, trabajado según las premisas formales de los nuevos clasicismos europeos, protagonizado por su esposa; retratada mientras cosía, paciente y vigilante, a los pies de la cama que vería morir, en 1938, al padre de nuestro autor.
Retrato de Inger; 1941
Óleo sobre tela, 35×27 cm.

En este retrato de la esposa del pintor, se aprecia el uso de una paleta amplia y clara, con diversidad de colores que conforman el rostro, jugando incluso con la capa de imprimación, gris, para representar el pelo de Inger. La pincelada es suelta y fluida, aportando dosis de espontaneidad y frescura. Los rasgos faciales se encuentran bien marcados con un trazo negro, dejando patente la importancia que tiene el dibujo en la obra de Peinado.
Tejados; 1941
Óleo sobre tela, 46×37 cm.

El París de la posguerra es representado por Peinado tanto por los tejados como por los peniches y barcazas en el Sena. Ambos serán temas usuales en la producción de los años que corren entre 1940 y 1955, de hecho, con lienzos que recogían estas imágenes se representó en la exposición de artistas españoles en Praga en 1946.
Los tejados, como para otros tantos cubistas y postcubistas, era un buen ejercicio de cubistización. Peinado desarrollaría ejercicios con valor cubizante en los paisajes de Rousillon.
Bodegón del vaso de vino; 1942
Óleo sobre tela, 27×35 cm.

La recuperación de los objetos, de sus volúmenes y texturas, fue uno de los principales capítulos – sumamente importante – en la articulación de la pintura de madurez de Joaquín Peinado. Un proceso que, en sus fases iniciales, condujeron a nuestro pintor a soluciones que, como en el caso de este bodegón, regresaban a las posturas auspiciadas por el Retorno al Orden. Un tipo de bodegón figurativo y clasicista que, huyendo de cerebralismos abstractos y similitudes metafísicas, se expresa mediante formas y recursos sensoriales donde la luz, el color y el volumen, juegan un papel primordial. Obras que, como Bodegón del vaso de vino, se sirven, a un mismo tiempo, del cromatismo de los clásicos y las roturas perspectívicas y formales del cubismo para crear ese nuevo clasicismo practicando, en las décadas de los 20 y los 30, por Picasso, Gris, Severini o, de un modo aún más cercano a nuestra obra, Julio González, Othon Friesz o Benjamín Palencia.
Bodegón con Peras
Óleo sobre tela, 35,5×64 cm.

Joaquín Peinado vive en 1942 un momento de búsqueda y reconsideración de estilo. Como característica de este bodegón hemos de destacar el encuentro de diferentes puntos de vista; por una parte la forzada perspectiva de la mesa – excesivamente inclinada – y por otra, el menor grado de los objetos que se desarrollan a lo largo del lienzo. Éstos, a diferencia de los bodegones posteriores, se hallan representados a una escala menor y no ocupan tan profusamente la superficie. Otra característica de este bodegón es la materia prima tan pulida y cubriente, incluso con pátina. Algunas obras de estas características se representaron en 1946 a la mítica exposición Arte de la España Republicana. Artistas españoles de la Escuela de París en Praga.
Bodegón del Jarrón chino; 1945
Óleo sobre táblex, 60×53 cm.

La pintura de Joaquín Peinado es equilibrio; una solución plástica de rigurosa fachada “formalista”, construida por la geometría, que abre sus metafóricos ventanales a la libertad sensorial y emotiva conformada por la gestualidad de la pincelada y la sensualidad del color. El centro de gravedad de dicho equilibrio fluctuará en la obra de Joaquín Peinado, inclinando los platillos de su balanza hacia uno u otro lado en angulaciones que, en muchas ocasiones, resultan casi imperceptibles. Una de esas variaciones, matissiana por cromatismo y concepción, es la que identifica y particulariza Bodegón del jarrón chino; óleo de cuidada y severa composición cuyos intensos y vivos colores trabajados en tintas planas, nos conducen, de manera directa, al Matisse que prolongaba el fauvismo aderezándolo con síntesis cubistas y simplificaciones abstractas.
Don Quijote; 1947
Óleo sobre tela, 81×61 cm.

La figura del Quijote es un tema recurrente para los artistas españoles y que les permite la identificación con su cultura. Peinado, en este caso, y alejándose de otros en los que el ingenioso hidalgo es retratado con un claro valor figurativo, traza una trama geométrica a lo largo de la superficie del cuadro de donde se obtiene la imagen. Esto recuerda algunas composiciones de los años 30 que destacaban por el nivel de abstracción lograda, y a otras de estos años, con las que el Museo Joaquín Peinado cuenta: los óleos Copa y Fruteros y El Frutero, y Bodegón en acuarela y gouache sobre cartón.
Barcazas en el Sena; 1948
Óleo sobre lienzo, 50×70 cm.

El río Sena, con sus puentes, barcazas y horizontes de chimeneas, fue, junto a los tejados de París, el escenario “exterior” escogido por Joaquín Peinado para trasladar, más allá de su estudio, el sobrio y esquematizado realismo – diálogo entre forma y color – , que capitalizó buena parte su abanico pictórico durante la segunda mitad de los cuarenta. Un paisaje que, tal y como podemos apreciar en este lienzo, se articula gracias a un dibujo sólido y geometrizante que, compensado y dotado de ritmo gracias al color, da como resultado esa armonía entre lo constructivo y lo sensorial que protagonizará la pintura de Joaquín Peinado; color de sopesado equilibrio que vira, fácil y constantemente, de la leve caricia sobre el lienzo, al sólido empaste en tintas planas y opacas – de reminiscencias fauves por aplicación y simbólicas por tonalidades – que podemos apreciar en Barcazas en el Sena.
Paisaje urbano
Óleo sobre lienzo, 55,3×46,4 cm.

Arquitectura y naturaleza, rigor y pasión, se fusionan en este lienzo bajo rimados acordes cromáticos herederos de Cézanne y las fuentes básicas de la naciente modernidad europea. Encuentro entre geometría y color, puramente pictórico – sin literatura o intenciones representativas -, que caracterizó la obra madura de Joaquín Peinado.
Bodegón con frutas y pinceles; 1950
Óleo sobre lienzo, 43×53 cm.

Los espacios y objetos esenciales y geométricos – conceptuales – que protagonizan los bodegones de Joaquín Peinado a inicios de la década de los cincuenta son, a juicio de críticos como Jean Paul Crespelle, ejemplos de una pintura “muy sobria, muy depurada, [que] evoca irresistiblemente al Cézanne de la primera época”, pero, a diferencia del maestro de Aix en Provence, se sirven de un colorido extremadamente sobrio y apagado. Terrosos, pardos y grises que, extraídos de los grandes clásicos del siglo de oro español o el cubismo analítico, alejan a Peinado de la vivacidad de una paleta como la francesa, cálida, luminosa y brillante, que, no obstante, estará presente – aún como protagonista secundaria – en lienzos de estos años como Bodegón con frutas y pinceles; portador de destellos de inclinación fauvista en los amarillos y azules de sus fondos o el naranja de una pieza de fruta que equilibra, de manera admirable, todo el entramado compositivo de la obra.
Visitas guiadas a la colección permamente
Las visitas, llevadas a cabo por personal especializado del museo, se realizarán previa cita una vez conformados grupos de más de 10 personas.
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El precio de la visita guiada, no incluido en el de acceso al museo, es de 1€ adicional por persona.